Publicado en La Opinión de Murcia
Por Joaquín Francisco Atenza
El fracking o fractura hidráulica es una técnica que perfora pozos en vertical de unos 3.000 o 4.000 metros, y luego perfora lateralmente otro mil o 2.000, para extraer el gas de la roca; lo que hace es fracturarla mediante la inyección de agua mezclada con productos químicos, unos productos que en EE UU son secretos debido a una ley de patentes industriales que lo permite, a pesar de ser, muchos de ellos, peligrosos, contaminantes e incluso radiactivos. Una vez inyectada esa mezcla a unas setecientas atmósferas (el proyecto Castor inyectaba a cuatrocientas atmósferas, y ya vimos lo que pasó con los terremotos) se produce la fractura de la roca y la salida a superficie de la mezcla de agua, productos y gas.
Desde hace unos años, en la Región de Murcia se viene pretendiendo imponer esta forma de sacar gas del subsuelo.
En países como España, la legislación no es clara, y en lugar de tomar la premisa de la precaución se ha adoptado la de los hechos consumados, es decir, se están dando permisos de exploración que permiten hacer hasta varios pozos en zonas muy extensas, a modo de catas, pero que en realidad son igual de contaminantes y peligrosas que si estuviesen en plena producción.
Si miramos desde tres puntos de vista, el económico, el social y el ambiental, la conclusión al final es la misma: el fracking no es rentable, y menos en la Cuenca del Segura.
Desde el punto de vista económico sabemos que la técnica del fracking produce gas durante unos tres o cuatro años, pero con una merma de producción que en un año puede ser incluso del 80%; esto significa que las empresas que explotan estos pozos necesitan mantener una producción ascendente para atraer a sus inversores. Esa producción solo se puede conseguir de dos formas, abriendo nuevos y más pozos, o creando la expectativa de que tienes donde crearlos para que los inversores se sientan seguros; he aquí el principio de la burbuja económica del fracking. Por esta razón llega a Europa, además, el capital generado por esta técnica, no iría a las arcas de empresas europeas, sino en su mayoría a estadounidenses o canadienses.
Veamos: el aspecto social, la situación de crisis económica y los altos niveles de paro son el caldo de cultivo perfecto para la aparición de grandes proyectos que salven a localidades, incluso comarcas enteras, de las fauces del desempleo, a costa, por supuesto, de cualquier protección ambiental que se ponga por delante. En el caso concreto de las zonas de exploración en la Cuenca del Segura podemos encontrar un territorio que durante años ha sido puesto en valor por su potencial ambiental, el que a su vez se ha intentado que sea el motor económico de sus pobladores: de ahí nacen los planes de fondos europeos para el desarrollo rural, además de otras iniciativas a nivel autonómico o municipal.
El caso es que después de vender la zona como productora de alimentos ecológicos, receptora de turismo rural o lugar con un alto valor paisajístico, ahora desechamos todo eso y aceptamos el fracking como una parte más del complejo. Nada más lejano de la realidad. El coste social del fracking es muy alto, debido a ese agotamiento tan repentino de los pozos, que nos dejaría con unas zonas totalmente degradadas, imposibles de recuperar para la actividad anterior que se daba en ellas.
Ambientalmente tenemos muchos más impactos, tales que pueden afectar directamente al aspecto económico, mucho más que la producción de shale gas. De primeras el impacto sobre el terreno es máximo: roturaciones, carreteras, perforaciones, balsas de residuos, escapes de gas a la atmósfera, etc. Si hablamos del impacto sobre los acuíferos, peor aún; si al perforar un acuífero, éste se contamina, esos productos que decíamos pueden llegar a contaminar los pozos de riego, los cultivos y a nosotros mismos. Pero no sólo el hecho de que se produzca, sino el hecho de que se pueda producir ya es una amenaza económica y, si no, recordemos el caso de los pepinos contaminados con E.Coli en Alemania, que al final no resultaron ser españoles, pero las pérdidas fueron millonarias. ¿Se imaginan eso con los melocotones de Cieza? ¿O con el arroz de Calasparra?
Y, por último, y creo que el más importante, la inducción de terremotos. Nos encontramos en una zona activa sísmicamente; hace unos pocos años vivimos los terremotos de Mula y de Lorca, ¿y todavía nos planteamos arriesgarnos a producirlos en otros lugares sólo por una perspectiva de mejora económica que ni siquiera es real?
Ya denuncié en junio del pasado año el caso concreto de Torreperogil, donde a raíz de la exploración de los pozos de fracking, los terremotos pasaron de sesenta en toda la historia a más de 2.000 en un año, coincidiendo con el comienzo de la explotación, y a catorce kilómetros de distancia de los pozos.
Las fallas pueden lubricarse y producir terremotos en lugares lejanos a las zonas de exploración, de ahí la importancia de declarar los territorios libres de fracking. Sería lo más sensato, y lo más precavido.
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