Publicado en Le
Monde
Por Colectivo de
diputados europeos
30 de septiembre de 2014
La
ética es en política una exigencia permanente y Europa no puede ser una
excepción. El avance de la extrema derecha y de determinados populismos en
varios países de la Unión Europea es una prueba de ello. La crisis democrática
se acentúa y somos cada vez más conscientes de que corremos el riesgo de
fracasar. Difícil, cada día más, devolverle la ilusión en una Europa distinta a
millones de hombres y mujeres que miran con recelo las instituciones europeas.
Aquellos que actúan como si no estuviera pasando nada no comprenden el sentido
de estos tiempos. No comprenden que el creciente descrédito de la clase
política abre la puerta a todo tipo de aventuras de destino más que incierto.
La
connivencia entre los lobbies, sobre todo el energético, y una parte de la
clase política se hace cada vez más evidente e insoportable para la ciudadanía.
El mantenimiento de una política de austeridad y la desafección entre la
ciudadanía y sus políticos es un cóctel explosivo. Un juego del que se
benefician mayoritariamente los que propagan un discurso de odio y de rechazo
del otro.
Un golpe de advertencia
En
este contexto político, el nombramiento del Miguel Arias Cañete como Comisario
de Acción Climática y Energía supone una advertencia. La carta de los tratados
europeos es sin embargo clara: “Los miembros de la Comisión son elegidos por
razón de sus competencias generales y su compromiso europeísta, entre
personalidades capaces de ofrecer las máximas garantías de independencia”.
¿Tienen
sentido los reproches que está recibiendo el nombramiento de este peso pesado
de la derecha española? Más allá de los comentarios sexistas inaceptables que
tristemente colorean su carrera política y pasando por encima del hecho de que
forme parte de uno de los gobiernos europeos más hostiles a las energías
renovables, la candidatura del Sr. Cañete incorpora unos más que posibles y muy
serios conflictos de intereses. En el centro de las sospechas, las conexiones
con dos compañías petrolíferas fundadas por el propio cuñado de Miguel Arias
Cañete, Petrolífera Dúcar y Petrologis Canarias.
La
ambición ecologista de la Comisión de Juncker era ya bastante débil, pero es a
fecha de hoy cuando su independencia genera mayores dudas. En efecto, aunque el
Sr. Cañete, y parece ser también su mujer y su hijo vendieron el 18 de
septiembre las acciones que poseían en ambas compañías, las sospechas de que el
conflicto de intereses no se ha resuelto cobran cada día más peso. Nada más ni
nada menos que dos de sus cuñados controlan ambas compañías.
Existe
además la sospecha de la ocultación de intereses personales y de su familia,
vía montajes fiscales, hacia una sociedad pantalla, la sociedad Havorad BV, con
sede en los Países Bajos. A través de esta empresa pantalla, según ha aparecido
reflejado en la prensa en esta última semana, la familia más próxima del Sr.
Cañete posee más de un tercio de la filial de CEPSA en Panamá, un gigante del
petróleo español.
Llegados
a este punto, si nada confirma el carácter ilegal de estas actividades, las
dudas se acumulan. ¿Qué ingresos obtiene su familia con estas participaciones?
¿por qué se han utilizado montajes empresariales opacos? ¿a quién han vendido
sus acciones el Sr. Cañete, su mujer y su hijo? ¿ha existido voluntad de
defraudar a la Hacienda Española? ¿es posible que una persona estrechamente
ligada al sector petrolífero desde hace tantos años tenga a bien luchar contra
el cambio climático en nombre de la Unión Europea? Teniendo en cuenta que la
carta de “buena conducta” de los comisarios señala explícitamente que los
“intereses familiares” generan conflictos de intereses, ¿puede el Sr. Cañete
ofrecer las garantías de independencia necesarias para el puesto?
Estas
preguntas, entre otras muchas, son tan evidentes, como legítimas y deben
encontrar respuesta. Ningún acuerdo entre conservadores europeos (PPE) y
socialistas europeos (S&D) pueden justificar la protección al Sr. Cañete.
Nada justifica que el Sr. Juncker y la derecha europea sean soporte
incondicional de esta persona. Nada, ni siquiera lo que este último haya podido
jurarles, mirándole directamente a los ojos, como hace no tanto hiciera el
entonces ministro de economía francés Jérôme Cahuzac, con François Hollande,
prometiendo que no tenía cuentas en Suiza (como luego se demostraría). ¡Europa
no tiene ninguna necesidad de un nuevo Jérôme Cahuzac!
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