Publicado en El País
Por Ernesto Ekaicer
1 de julio de 2015
Grecia ya ha entrado desde la medianoche
de ayer hora peninsular española en situación de impago/mora respecto de 1.550
millones de euros que debía abonar al Fondo Monetario Internacional (FMI). El
referéndum del domingo 5 de julio tendrá lugar, pues, en una situación de default, probablemente el
primero de otros que van a producirse en las próximas semanas.
Toda
la atención se concentra ahora en el referéndum y en sus consecuencias. La
consulta, anunciada cuando existía una propuesta de los acreedores, se va a
materializar sin ella, habida cuenta de que ha sido retirada horas después de
conocerse, precisamente, la intención de convocar el referéndum.
¿Qué
pasa si gana el “no” a la oferta ya retirada de la Troika, es decir el FMI, la
Comisión Europea y el Banco Central Europeo (BCE), que recomienda el Gobierno
de Syriza?
El
Gobierno de Tsipras, según su propia hoja de ruta, se presentaría en Bruselas
ante los hombres de negro. Y propondría reanudar las negociaciones sobre la
base del respaldo popular alcanzado en la consulta.
Se
abriría una nueva ronda de reuniones con los acreedores y el Eurogrupo. No
parece que los acreedores vayan a ceder ante los resultados de una consulta.
Por razones políticas y económicas. Lo primero porque una cesión supondría
abrir las puertas a la consulta con el pueblo en otros países de la Eurozona
con problemas económicos, financieros y sociales parecidos, aunque no
idénticos. Y, desde el punto de vista económico, porque los acreedores y sus
representantes no van a cambiar lo esencial. Ni su diagnóstico ni la medicina
que recetan.
¿Y Syriza?
Tsipras
ha insistido en que la consulta del domingo no va sobre la permanencia de
Grecia en el euro sino sobre las exigencias de austeridad. Ergo: si gana el
“no” carecería de un mandato para solicitar la salida del euro. En otros
términos, la respuesta a un nuevo empantanamiento de las negociaciones
difícilmente podría ser: los ciudadanos griegos se han pronunciado por
abandonar el euro y nos vamos.
En
cuanto a los mercados, el “no” provocaría una mayor inestabilidad que la
conocida estos días tras la convocatoria y el primer default. Y, por tanto, una
intervención quizá mayor del BCE.
¿Qué
pasa si triunfa el “sí” a las exigencias de la propuesta ya retirada que
recomienda la oposición, la derecha de Nueva Democracia y los socialistas del
PASOK?
El
Gobierno de Syriza habría perdido el referéndum. Por tanto, Tsipras dimitiría y
se convocarían elecciones generales anticipadas, digamos, en treinta o cuarenta
y cinco días.
Durante
este periodo y después de las elecciones, mientras se forma un nuevo gobierno,
suponiendo que hay un claro resultado en las urnas, las negociaciones con los
acreedores tendrán que esperar. Se mantendría, lógicamente, el control del
movimiento de capitales y todas las medidas de emergencia adoptadas por el
Gobierno de Syriza a petición del Banco Central Europeo.
Y una
vez sentado el nuevo gobierno con los acreedores y el Eurogrupo en Bruselas
volveríamos a ver por enésima vez la misma película. Solo que con un “sí”
los mercados recuperarán al menos durante cierta etapa su optimismo hasta ver
el resultado de las nuevas conversaciones.
En
otros términos, el referéndum, con todo lo democrático que es, no puede ser
considerado la panacea.
Cuando
uno escucha al economista jefe del banco norteamericano Citi, el profesor
Willem Buiter, decir, como acaba de hacerlo, que “la actitud de los acreedores
es desastrosamente cortoplacista, tratan de extraer sangre de las piedras”,
¿qué otra cosa más dura se puede decir sobre la Troika y los Gobiernos, que son
quienes han asumido gran parte de la deuda que antes era privada? ¿Qué otras
palabras más dramáticas cabe pronunciar sobre los que, vaya, han “nacionalizado”
la deuda pública helena antes en manos privadas, sobre todo de bancos alemanes
y franceses?
Por
cierto, Buiter y su colega Ebrahim Rahbari acuñaron, en febrero de 2012, el
término Grexit.
El
FMI a través del servicio de estudios entonces dirigido por su economista jefe,
Olivier Blanchard, hizo mea culpa al admitir que se había equivocado tanto en
la dosis de medicina (austeridad) impuesta como en su pronóstico de
recuperación. Hace pocos días, el entonces director gerente, Dominique Strauss-Kahn,
artífice del programa de 2010, acaba de reconocer que él y su equipo cometieron
un error estratégico monumental y que es necesario hacer una prórroga de los
plazos y una quita significativa de la deuda pública nominal.
Por
todo esto resulta surrealista que la directora gerente del Fondo, Christine
Lagarde, dijera en una de las reuniones del Eurogrupo que se necesitaban
"adultos en la sala para avanzar".
El
profesor Paul De Grauwe, de la London School of Economics, ha elaborado estos
días un nuevo trabajo que desafía la versión convencional sobre la deuda
griega. Su conclusión es que después de las reestructuraciones y reducciones,
el vencimiento medio es de dieciséis años, un plazo bastante más largo que el
de los bonos que emiten los gobiernos de varios países de la Eurozona.
De
Grauwe señala que la cifra del 175% de la deuda pública respecto del PIB
exagera la carga de la deuda. Se basa en el cálculo de Zsolt Darvas, del
Instituto Bruegel, quien estima que el pago de intereses es del 2,6% anual, una
tasa razonable o baja en términos internacionales, más reducida que la de
países como España, Francia, Portugal, Italia, Irlanda, Bélgica. “Si Grecia
puede crecer su gobierno es solvente”, sostiene De Grauwe.
Es
posible que De Grauwe, uno de los economistas más brillantes de Europa, el que
ha conseguido después de años de prédica que el BCE avance hacia lo que debe
ser un verdadero banco central, un prestamista de última instancia, tenga razón.
Pero a estas alturas no le falta menos al economista Konstantinos Venetis, de
Lombard Street Research, cuando dice que en la situación actual se ha mezclado
todo. En la bola se nieve se ha dilapidado “dinero, credibilidad, liquidez
acumulada, crisis bancaria y política y [ello] se ha convertido en un problema
de sostenibilidad”.
¿Qué
hacer?
Si el
referéndum no conduce a la solución, según la descripción de los escenarios
apuntados, ¿por qué no orquestar una salida creativa? Los defectos de fabricación
del euro no prevén mecanismos de expulsión o de salida. Pero se puede inventar.
Hay
que ir a la dracmatización.
Esto
es: la dirección política del euro debe reconocer que ha fracasado, que su
arsenal de recetas solo ha servido, como ya ha asumido en teoría el FMI, para
desintegrar la economía y la sociedad helena. Que dentro del sistema euro no se
encuentra manera de poner en pie la economía helena. Que el horizonte de
“extraer sangre de las piedras” debe ser sustituido por otro donde se pueda
atisbar la luz del túnel.
Y
para amortiguar la previsible nueva depresión inmediata, la UE debe promover la
salida en armonía de Grecia de la Eurozona. Una salida ordenada debería ir
acompañada de una quita sustancial de la deuda y la restitución del dracma.
Grecia, dentro de la UE, podría reconsiderar en su momento si le interesa
solicitar el reingreso.
Aunque
el sector exportador griego no tiene una relevancia excepcional, la
depreciación del nuevo dracma será más eficaz que la devastadora devaluación
interna sufrida por Grecia a lo largo de cinco años para estimular el
crecimiento, devaluación que ha provocado una pérdida de producción del 25% y
una tasa de paro del 27%.
La
crisis no se superará con la salida del euro, pero al menos Grecia recuperará
su autonomía para decidir por sí misma y quebrará el ciclo de endeudamiento
interminable.
La
crisis en curso es una crisis económica de alta concentración política y ofrece
posibilidades para cambiar el rumbo. Esos adultos que busca Lagarde en la sala,
de estar presentes, deberían abandonar su fanatismo/fundamentalismo y promover
la dracmatización.
Más pronto que tarde.
A
dracmatizar, no sé
si en esto Kavafis o Mikis Theodorakis seguirían al gran poeta chileno Víctor
Jara. Pero habría que ponerse manos a la obra.
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