Publicado en El
Mundo
Por Fernando Sánchez
Dragó
15 de febrero de 2015
NUNCA pensé que pudiese
coincidir en algo con Obama, pero sabido es que la política hace extraños
compañeros de cama (perdón por el pareado). Quizá me sirva de disculpa la
certeza de que en el catre nos daríamos la espalda. Él quiere desguazar Europa
para que nadie le moje la oreja en el mundo occidental (en el oriental ya no
pinta nada), y yo también, pero no a mayor gloria de Estados Unidos, sino del
rebaño de países churros y merinos que marcan el paso de la oca al son de
Bruselas. Hace siete días se reunió el Señor de las Mil Guerras Perdidas con
Cruella Merkel, que le paró las botas claveteadas. En su agenda black llevaba
dos asuntos belicosos: la propuesta de que Europa, convertida una vez más en
ONG de la famélica legión de sopa boba, vuelva a bajarse los calzones ante
Grecia para que la Hélade no le ponga los cuernos con el Kremlin, y el delirium
tremens de entregar armamento a Poroshenko para que extermine a los rebeldes y
dispare contra el oso ruso. Lo primero pondría fin a la larga pesadilla de lo
que empezó siendo Mercado Común para transformarse en Eje Imperialista, pero el
costo de tan brusco despertar sería el regreso del estalinismo que sumió en la
miseria y la opresión a media Europa. ¿Quién iba a ser tan tonto, visto lo
visto, como para no votar a los podemitas que rompiendo la baraja consiguen que
se les perdonen las deudas? Lo segundo -enviar a los súbditos del gobierno de
Kiev a inmolarse en vano por una causa perdida y dejar a toda la población de Ucrania
a los pies de los caballos del Apocalipsis- obligaría a Putin a cruzar su
Rubicón y... ¡Allá, a su frente, Estambul, que está a dos largos de Atenas! Eso
es lo que teme Obama. «Rusia -ha dicho- no puede diseñar las fronteras de
Europa a la fuerza». Asombroso cinismo. ¡Pero si es Europa la que quiere
rediseñar las fronteras de la Madre Rusia! Ucrania mamó, creció y se multiplicó
en su regazo. ¿Por qué Bruselas se empeña en sacarla de él? No juegue con
fuego, tío Sam. Repantíguese en su poltrona del Ala Oeste a la espera de que
los republicanos lo echen de ella y dedíquese después a dar conferencias que le
permitan vivir aún mejor de lo que vive. No encienda cirios en lo que podría
llegar a ser un velorio. De guerras sabemos mucho en Europa. En Estados Unidos,
no, pues todas, desde que el general Lee se rindió en Appomattox, las han
librado más allá de sus fronteras. Yo estoy con Putin y soy leal a la
Confederación.
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