Publicado en Prensa Latina
/ Agencia de Información Latinoamericana
Por Luis Manuel Arce,
editor
20 de enero de 2016
La
Habana (PL) Quienes han seguido el rastro al mercado
petrolero desde la gran crisis energética y financiera de 1973 se sorprenden
con los actuales precios del crudo, en aquella década muy altos en coincidencia
con la eliminación del respaldo en oro del dólar aplicada por el expresidente
Richard Nixon y el aumento en flecha de la deuda externa mundial.
En aquellos tiempos las
preocupaciones de la Casa Blanca diferían de las de hoy en cuanto a que Estados
Unidos había llegado al cenit de su producción petrolera con sus grutas casi
secas, lo cual motivó que en 1975 fuera aprobada la prohibición de exportación de
petróleo para no poner en peligro las reservas.
Esa escasez del carburante era
muy peligrosa para una economía dependiente del petróleo y el gas natural, lo
cual demandaba un fortalecimiento del control de sus transnacionales sobre el
transporte, refinación y comercialización del crudo, pero sobre todo garantías
de que a los pozos en países suministradores no llegaran fuerzas hostiles a
Estados Unidos.
En realidad había un angustioso
nerviosismo en la élite del poder y un evidente estrés en el alto mando del
Pentágono, responsable del cuidado de los yacimientos fuera de sus fronteras.
Con una masa monetaria
gigantesca emitida por el Sistema de Reserva Federal (FED o banco central) en
aquellos años, a la que se denominó petrodólares y fue base de la imparable e
impagable deuda externa del Tercer Mundo, Estados Unidos contaminó el orbe con
una hiperinflación galopante.
La más famosa, la del dinar de
Serbia, de cinco mil cuatrillones por ciento. En el caso de América Latina duró
desde 1972 hasta 1987 y las más altas se registraron en Bolivia, Perú,
Argentina y México, el peor caso con más de tres mil por ciento.
Pero esa hiperinflación
garantizó a las transnacionales el cobro de la factura petrolera al sur
periférico mediante una bondad de préstamos alarmante y la imposición de
políticas nacionales de reajuste económico neoliberal impuestas por el Fondo
Monetario Internacional.
Todos los análisis de los
expertos concluían entonces con la misma hipótesis: los altos precios del
petróleo llegaron para quedarse, y realmente así fue durante casi 40 años. El
barril de referencia WTI llegó a cotizarse a 146,90 dólares el 11 de julio de
2008 y el Brent del Mar del Norte a 147,25, mientras que el precio a futuro fue
de 185 dólares el tonel.
El aumento en flecha de los
precios del crudo comienza a tomar fuerza justamente durante la primera
invasión de Estados Unidos a Afganistán e Iraq y sigue escalando, con altas y
bajas, hasta 2010 cuando el uso del fracking le pone freno y cuya carísima
tecnología fue costeada por las reservas de dólares acumuladas con el petróleo
caro.
Ahora, en el año 16 del siglo
XXI, Estados Unidos logra lo impensable: volver a ser exportador de petróleo
gracias a la técnica de fractura, y despojarse de las preocupaciones por la
escasez de crudo y de gas, centro de las invasiones a Afganistán e Iraq, y
génesis de las convulsiones políticas, económicas y militares actuales en
Oriente Medio, en particular de Siria y Libia.
Hasta la crisis económica de
2008 -que aún persiste en sus rasgos más generales- nadie en el mundo se había
atrevido a remover los esquistos bituminosos del subsuelo profundo por temor a
los daños potenciales que la extracción de petróleo y gas atrapados en las
rocas de lutitas pueden provocar al medio ambiente, y en especial a los
acuíferos subterráneos.
Lo cierto es que a partir de
2010 el fracking le ha permitido a Estados Unidos aumentar 35 por ciento la
producción de gas natural desde 2005 y eliminar la necesidad de las
importaciones.
En cuanto al petróleo, la
producción se ha incrementado en 45 por ciento desde 2010, lo que ha convertido
de nuevo a Estados Unidos en su segundo productor del mundo.
Los hidrocarburos no
convencionales suponen ya una aportación de 430 mil millones de dólares al PIB
y la creación de 2,7 millones de empleos, con salarios que duplican la media de
Estados Unidos.
Pero los daños ecológicos y
humanos no se han investigado ni cuantificado, y son muy grandes las
discrepancias entre los que aprueban y desaprueban esa tecnología, al extremo
de que varios países con reservas de esquistos han prohibido su explotación, y
en Estados Unidos y Canadá se han estructurado movimientos sociales contra el
fracking.
En cambio, lo que sí está claro
es el papel que los estrategas del Pentágono y de la Casa Blanca les están
dando al impacto que ha tenido la reemergencia de Estados Unidos como el
segundo productor del mundo, solo superado por Arabia Saudita, uno de sus grandes
aliados en Oriente Medio.
Si en la primera crisis
energética de 1973 el objetivo fue aumentar los precios y depreciar el dólar,
ahora en 2016 es todo lo contrario: bajar las cotizaciones y apreciar el
billete verde ante las monedas de Rusia, China y la propia Unión Europea, y
disminuir los ingresos de adversarios como Moscú y Caracas dentro de una
estrategia geopolítica de control mundial del petróleo y el gas que se ventila
en estos momentos en Oriente Medio, en especial Siria y Libia, y renovación del
dominio estadounidense del sistema monetario y financiero internacional.
Hace apenas unos días, el
presidente ruso, Vladimir Putin, exhortó al Gobierno a estar listo ante
cualquier giro de la coyuntura económica y responder con profesionalismo a los
problemas que los afecten, en referencia a los cambios en los mercados
financieros y petroleros.
Para nadie es un secreto que
hay una elevada dependencia del presupuesto federal ruso de los precios de
venta del petróleo y el gas, que representan casi la mitad del total de sus
recursos. Precisamente a ese factor se debe el desplome del crecimiento económico
en 2015, al reportarse una contracción de 3,8 por ciento del Producto Interno
Bruto.
El gobierno de Putin toca las
sirenas de alerta al anunciar al mundo que Rusia se prepara para un escenario
de previsibles cotizaciones del crudo a 25 dólares por barril, agravado con una
apreciación del dólar frente al rublo.
Esas alertas evidencian el uso
geoestratégico que Estados Unidos le ha estado dando al fracking contra Rusia,
Venezuela y otros países, y es lo que explica el por qué Washington ha seguido
subvencionando a la industria ante las pérdidas económicas que significa
extraer petróleo bituminoso a muy alto costo, con una producción diaria
proyectada de 9,5 millones de barriles, casi el doble que en 2008.
Es algo aparentemente
contradictorio para un mercado interno que ha superado su capacidad de
refinación y almacenaje, y para el externo saturado y con una oferta muy por
encima de la demanda.
¿Hasta cuándo Estados Unidos
podrá soportar el uso de fracking que, según especificaciones del American
Petroleum Institute, el costo de producción equivalente a un barril de petróleo
tradicional ronda los 80 dólares, frente al panorama para el que se preparan
los rusos de 25 dólares por unidad para este año?
Las empresas petroleras
estadounidenses, e incluso las británicas que operan el petróleo del Mar del
Norte, bajaron la rentabilidad, la cual lleva meses en terreno negativo con un
precio del barril entre 40 y 45 dólares actuales. En buena ley, hace rato que
los taladros del Brent debían de estar parados, y más ahora que el Brent cotiza
a 30 dólares.
Por otra parte, la Organización
de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) sigue muy dividida y es muy difícil
que puedan realizar acciones conjuntas para presionar al alza las cotizaciones
a pesar de los esfuerzos al respecto de Venezuela.
Por el contrario, alentado por
Arabia Saudita, el cartel ha mantenido agresivamente su nivel de producción a
fin de no ceder cuota de mercado. No es la primera vez que hay desacuerdos
entre los miembros del grupo, paradójicamente creado el 14 de septiembre de 1960
en Bagdad, capital de Iraq.
Venezuela, la más afectada por
el fracking junto a Rusia, tuvo un papel protagónico en el nacimiento de la
OPEP, gracias a una iniciativa del entonces ministro de Minas e Hidrocarburos
Juan Pablo Pérez Alfonzo, quien avizoró la necesidad de un instrumento de
defensa de los precios para evitar el despilfarro económico del petróleo.
Casi 56 años después, ese ideal
de Pérez Alfonzo es más necesario que nunca, aun cuando con el fracking se alargan
las existencias probadas del petróleo y el gas que, a pesar de todo, continúan
siendo recursos no renovables.
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