Una
mujer muestra un cartel de protesta contra el escape de gas de Porter Ranch, en
California. DAVID MCNEW
Publicado en El Mundo
Por PABLO SCARPELLINI
19 de enero de 2016
Tras meses de exposición al metano
«Necesitan cerrarlo ya. Nos
está matando». Lo dice Maureen Capra de forma contundente, dejándose llevar por
la energía de un gimnasio abarrotado de vecinos. Aunque esta
fuga de gas metano no ha matado a nadie, se dice pronto que sean ya casi
tres meses de un constante riesgo, de olores
extraños, de dolores de cabeza continuos, de narices sangrantes, de asma,
de sensación de indiferencia por parte de la corporación responsable del
problema, la Southern California Gas.
No es el fin del mundo, como
reconocen algunos residentes de Porter Ranch, pero sí un factor que ha cambiado
la vida de los residentes de esta comunidad desértica del Valle de San
Fernando, muy al norte de Los Ángeles, una ciudad de clase acomodada que, por
su posición al sur de las montañas, se convirtió con los años en un rincón deseado
por su aire puro. Tamaña ironía.
Ahora huele a gas de forma
permanente. «Está en mi casa. Está en mis muebles. Está en nuestros cuerpos»,
continúa Capra, una de las más veteranas del lugar tras residir más de cuatro
décadas la localidad. Aprovecha esa reunión de afectados por el problema para
cargar contra la corporación, un caso que recuerda y mucho al de Hinkley,
California, inmortalizado por Steven Soderbergh en 2000 con Erin Brokovich.
Entonces la compañía en
cuestión, Pacific Gas & Electric, tuvo que pagar 333 millones de dólares en
compensaciones por los químicos que usó en el agua y que provocaron múltiples
casos de cáncer a sus residentes.
Más
de 1500 quejas
Aquí, en Porter Ranch ya se
habla de un mini Chernobil
para referirse a los problemas del viejo pozo de gas de donde emana el
problema, con oriundos del lugar como Robert Park, que teme que su enfermedad
crónica pulmonar contraída a raíz de su servicio militar en Irak se agrave por
la presencia del gas en el aire.
Más de 2.000 familias ya han
optado por aceptar la oferta de la empresa y marcharse del vecindario a hoteles
y apartamentos hasta que se termine la crisis, aunque no hay una fecha concreta
para eso.
«¿Qué es lo que necesitan para
poder cerrar esta arcaica y destruida instalación?», preguntó Kelly Hill, otra
residente en esa misma reunión de vecinos, a la espera de que comiencen a
llover las demandas, con unas 1.600 quejas presentadas hasta la fecha.
De lo que no hay datos precisos
es de la cantidad de animales afectados por la situación, pero sí se sabe que
del total de desplazados, 2.479 casas, más del 40% tenían mascotas,
fundamentalmente perros y gatos que, o han tenido que pasar por el veterinario
o no han podido sobrevivir a la constante fuga de gas metano que ha marcado la
existencia de este pueblo desde el pasado 23 de octubre.
Aunque los expertos citados por
Los Angeles Times no están seguros de que haya una conexión directa con estos
casos, muchos de los dueños -una lista en la que también hay caballos y
pájaros-, han sido testigos de señales inequívocas sobre los problemas que
están experimentando estos animales.
Situaciones como la de Amy
Masliah, que asegura que la desagradable y súbita muerte su perra tuvo que ver
con la fuga. Al parecer, hace siete semanas le descubrieron un tumor en los
pulmones que acabó con su existencia en muy poco tiempo.
«La muerte de la perra fue
horrible y muy desagradable», relató al Times, convencida de que la situación
provocada por la Southern California Gas tiene que ver con la tragedia. Ahora,
además, le preocupa la salud del hermano de la perra fallecida, Clyde, que
lleva días tosiendo y con una mucosidad anormal.
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