Publicado en Energy
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Por Ángel Arias
18 de enero de 2016
Con un precio del petróleo en torno a los 30
dólares por barril Brent, nivel que no se había visto desde 2003 (lo que ha
arrastrado también al gas por la senda bajista), los defensores de las llamadas
energías alternativas que hayan basado sus argumentos y previsiones solo en la
rentabilidad, lo tienen muy difícil. Pero, ¿qué ocurre con el fracking?
Hace pocos años, no era imaginable que EEUU se
convirtiera en un país exportador de petróleo, pero así sucedió contra toda
lógica. Con un consumo de 15 millones de barriles día, y una
producción antes de 2014 de 8,5 millones de barriles de crudo al día, las
necesidades de importación del país eran evidentes. Y, en efecto, durante estos
últimos años, aunque la producción propia aumentó, las importaciones no bajaron
de los 5,8 millones de barriles diarios (un 37% del consumo).
La solución al rompecabezas es,
sin embargo, relativamente sencilla. Desde 2011 hasta hoy, salvo un período muy
corto, el precio WTI (West Texas Intermediate, con la mercancía puesta en
Cushing, Oklahoma) que rige las transacciones de petróleo dentro de los Estados
Unidos, se mantuvo de 6 a 7 dólares/barril (159 litros) por debajo del barril
Brent, sometido a tensiones que desencajaron la tradicional senda coincidente
de ambos índices.
Esta situación coyuntural animó
la exportación de petróleo de origen norteamericano, de mejor calidad, -por su
menor contenido en azufre y ser más ligero-, que se vio parcialmente desplazado
del consumo interior por el aumento de producción de los pozos que utilizaban
la tecnología de fractura hidráulica (fracking). Esa técnica, cuyo concepto es
conocido de antiguo, permite apurar la extracción de yacimientos de petróleo
que se consideraban agotados y, en su caso, poner en circulación mayores
cantidades del gas de esquisto (shale gas), lo que ha presionado los precios
del mercado norteamericano a la baja.
Como consecuencia
de la combinación de coyuntura y la inercia propia de los procesos de
extracción por técnicas de sondeo profundo, que
no es razonable paralizar una vez que han sido abiertos, la producción de
petróleo crudo en EEUU se duplicó desde 2010, sin que quedase realmente
justificado por la existencia de una reactivación de la economía.
Podría añadirse una razón
tecnológica al impulso de los hábitos del comercio. El petróleo ligero obtenido
por la fractura hidráulica tiene que ser mezclado con crudos importados y
refinado posteriormente para ser utilizado en EEUU. La exportación era la
opción más rentable, pues obviaba su mezcla y refino, y posibilitaba aprovechar
rápidamente los mejores precios. Por ello, mientras duró la bonanza, se
concentraron en aquellos yacimientos en los que la calidad de la roca (medida
en carbón orgánico total, reflectancia, etc.) y el espesor de la secuencia útil
eran más favorables.
La situación se
ha vuelto inestable por varios motivos. Los
excesos de producción han provocado un aumento de las reservas de petróleo, que,
desde luego, acabarán saliendo al mercado. Pero se necesitaría una fuerte
reactivación del consumo, para que los precios suban a niveles de comodidad
–por lo menos, entre los 60 a 80 dólares barril-, y, no solo eso, sino que se
obtenga estabilidad en ese entorno o superior que hagan el negocio atractivo.
Ante la incertidumbre, no
faltan analistas que regalan un producto intangible que afecta a las
valoraciones del momento: las gafas con las que contemplar el panorama. Los
inversores y las entidades financieras que soportan las inversiones son, por
supuesto, los primeros interesados en propagar la convicción en una
recuperación a corto plazo.
La dicotomía se ha apoderado
del argumentario de ese instrumento poderoso que es la opinión pública a la
hora de definirse a favor o en contra de una fuente energética. El apoyo a la
utilización de un concreto recurso energético –y con especial virulencia en un
país deficitario estructural, como es España-, se realiza con dosis variables
de parcialidad y objetividad. Por un lado, se enfatizan conceptos como
autonomía, aprovechamiento de inversiones y recursos, oportunidad tecnológica o
necesidad social y mantenimiento de puestos de trabajo; por otro, a muchas
teóricas virtudes se contraponen a conceptos, tanto o más respetables pero
igualmente difusos, como calentamiento climático, deterioro medioambiental,
riesgos no controlables, etc.
Un negocio ruinoso en EEUU
En el terreno específico del
gas de esquisto, la sanción sufrida en el país de referencia, EEUU, por los que
no tenían capacidad económica para aguantar la tormenta y disponían de
yacimientos de peor calidad, ha sido brutal. Si su umbral de rentabilidad
estaba por encima de los 60 dólares se vieron abocados, en primera instancia, a
reducir costes duramente, y a modificar sus perspectivas de desarrollo futuro,
cayendo muchos de ellos, posteriormente, en la suspensión de pagos y en la
quiebra. En conjunto, sin embargo, el sector gasista norteamericano ha mostrado
una excelente capacidad de resistencia, porque se concentró la producción en
los pozos más eficientes y modernos que son numéricamente escasos.
Parecería que se está librando
una partida de póker con las cartas energéticas. En los análisis de hace un par
de años, los expertos habían argumentado sobre la base de que Arabia Saudí necesitaba 100 dólares
por barril para equilibrar su presupuesto, y que incluso los productores con
los campos petrolíferos más rentables no podían bajar de los 40 o 50 dólares.
Sorprendentemente, cuando el petróleo bajó de los 60
dólares y se encontraba seriamente amenazaba la economía de la mayoría de los
países productores de la OPEP, no se aplicó la sencilla teoría económica de la
oferta y la demanda, que implicaría haber reducido de inmediato la producción. En la negociación fallida de
noviembre pasado, Arabia eligió mantener su cuota de mercado, desoyendo la
propuesta de reducir su producción en 2 millones de barriles/día.
Desde el lado de la oferta, no
está siendo el único cambio sustancial. El número de productores ha aumentado:
Iraq y Libia, al terminarse los conflictos que los atenazaban, añadieron
disponibilidades al mercado, (Iraq aumentó el doble de su producción). Después
de llegar a un acuerdo de control nuclear con EEUU, Irán se incorporará este
año 2015 con 600.000 barriles día.
Por el lado de la demanda, la
bonanza económica que soplaba en la popa de los países emergentes, cambió
también a finales de 2014, cuando el crudo estaba a 110 dólares: China y Brasil
bajaron su ritmo de crecimiento. Nos encontramos así con que el mundo produce
bastante más petróleo que el que necesita, con lo que las reservas crecen a un
ritmo de 1,5 millones de barriles día.
Si para los productores, de
cualquiera de las fuentes energéticas, la circunstancia no tiene nada de
positivo, y sugiere serios reajustes en los grandes actores para hacerse con
mayores cuotas de mercado, para los consumidores, la bajada de precios del
petróleo es una buena noticia.
Para España, el beneficio no
admite dudas, y el reto es cómo aprovechar los excedentes de tesorería. Porque,
interponiéndose ante el posicionamiento inevitable por la generación eléctrica
renovable, nuestra economía depende en mucho mayor grado de los combustibles
fósiles (75%) que de la electricidad, ya que de aproximadamente 150 MToe de
energía primaria, algo más de 110 MToe provienen de combustibles fósiles
importados.
Además, la fractura en la
lógica energética ha sido un regalo especial para los propietarios de
automóviles, que pueden gastar más en otros bienes y servicios, ya que llenar
el depósito les cuesta menos. Indirectamente, también la industria del
automóvil se ha despertado de su depresión, aunque no debiera olvidar activar
el perfeccionamiento de sus coches eléctricos para convertirlos, de verdad, en
bien de uso común.
Ángel Manuel Arias, doctor
Ingeniero de Minas y licenciado en derecho, Vicedecano del Colegio Oficial de Ingenieros de
Minas de Centro de España, vocal del Club Español de Medio Ambiente, consultor internacional y
socio director del Bufete De Diego y Arias, SC
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