Por Soledad
Gallego-Diez
Publicado en El País
Temas
que vuelan bajo el radar ciudadano
El Tratado comercial UE-EE UU se negocia en un falso ambiente de aburrimiento que aleja la atención europea
Una
de las cosas importantes que deberá hacer el próximo Parlamento Europeo será
supervisar y aprobar el nuevo Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones
(TTIP) entre la Unión Europea y Estados Unidos. Es uno de esos temas que vuelan
por debajo del radar de los ciudadanos normales y que, sin embargo, terminan
influyendo de una manera descomunal en su vida cotidiana.
El
Tratado entre la UE y EE UU supondrá el mayor acuerdo comercial del mundo (y de
la historia) y tendrá, según los expertos, un fuerte impacto económico, social
y medioambiental, pero es uno de esos acuerdos que se negocian no en secreto,
pero sí en un falso ambiente de sordina y aburrimiento que aleja la atención de
los ciudadanos, hasta que ya está en marcha y se empiezan a notar sus efectos,
que en ese momento ya no son modificables.
Las
negociaciones, que se iniciaron en julio de 2013 y no terminarán antes de fin
de año o de 2015, están siendo seguidas con mucha atención por todo tipo de
grupos de influencia. Unos, los más potentes, que defienden el acuerdo con uñas
y dientes, aseguran que tendrá efectos beneficiosos porque reactivará la
economía y reducirá costes burocráticos.
El
ejemplo más clásico es el de los automóviles: en este momento, en EE UU y en la
UE se exigen requisitos de seguridad muy parecidos, pero que difieren lo
suficiente como para que no se puedan vender coches de un lado al otro del
Atlántico sin tener que hacer modificaciones. El Tratado acabará con esos
problemas.
La batalla es tan seria que la Comisión
ha creado una página web para que los ciudadanos interesados en el tema
planteen sus observaciones
Otros
grupos, menos potentes, pero muy activos, se oponen al Tratado o, más
frecuentemente, piden que se vigilen las negociaciones, porque temen que detrás
de la promoción del comercio y de la prosperidad que se anuncian se escondan
los intereses de poderosos grupos de presión industriales (relacionados con la
técnica del fracking
y con los alimentos genéticamente modificados) y, sobre todo, financieros, que
buscan sacudirse los intentos de regulación a través de fórmulas confusas.
Eso
es lo que deberá hacer el próximo Parlamento: vigilar. Se supone que la
Comisión, que es el organismo que lleva a cabo la negociación, está también
atenta, pero la Eurocámara es el instrumento por excelencia para intentar
defender los intereses generales de los ciudadanos, y el Tratado entra de lleno
en ese apartado.
Por
el momento, ya se ha planteado una batalla importante. En diciembre de 2013,
200 expertos en medio ambiente, defensores de consumidores y juristas europeos
hicieron pública una carta exigiendo que en el Tratado se eliminen los acuerdos
sobre disputas entre inversores y Gobiernos. Parece algo muy técnico, pero no
lo es, ni mucho menos. De lo que se trata es de impedir que un simple acuerdo
comercial termine por entorpecer que los Gobiernos legislen con libertad en
beneficio del bien común. El peligro es que se establezca que cuando una nueva
ley reduzca indirectamente los beneficios de un gran conglomerado, este pueda
demandar al Gobierno y obtener indemnizaciones tan disparatadas que disuadan
del movimiento inicial.
La
batalla es tan seria que la Comisión ha terminado por lanzar lo que se llama
"consulta pública". Desde hace muy pocos días existe una página web con
un cuestionario para que los ciudadanos interesados en el tema planteen sus
observaciones. "Esta iniciativa es parte de nuestros esfuerzos para que la
negociación con Estados Unidos sea abierta y transparente", asegura la Comisión,
aunque la realidad es que la idea no partió de Bruselas y que el texto de la
propia Comisión se esfuerza por restar importancia al asunto.
Transparencia
va a hacer falta, y mucha, porque lo habitual en este tipo de negociaciones es
que las posiciones más enfrentadas terminen encontrando solución en lo que se
denomina el "triálogo", un tipo de reuniones informales a tres bandas
(funcionarios de la Comisión, del Consejo Europeo y miembros de la
correspondiente comisión parlamentaria) que hace furor en Bruselas pese a que,
en teoría, no existen.
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