El
presidente de México, Peña Nieto./ JOSÉ MÉNDEZ / EFE
Publicado en El País
EDITORIAL
27 de enero de 2017
La
comunidad iberoamericana debe apoyar a un socio acosado por Trump
La cancelación por parte del
presidente mexicano, Enrique Peña Nieto, de su visita a Estados Unidos,
inicialmente prevista para el próximo martes, es la única respuesta lógica ante
la agresividad que el presidente Trump viene manifestando contra su país y sus
gentes, a los que ha acusado en repetidas ocasiones de ladrones y criminales.
Muchos sostuvieron que la
retórica electoral de Trump pasaría a un segundo plano una vez conquistada la
Casa Blanca, inaugurándose entonces, como suele ocurrir en política, un proceso
de ajuste entre las promesas de campaña y las limitaciones impuestas por la
realidad a la acción de gobierno. Algunos de los que pensaban eso, como el
propio Peña Nieto, ignoraron las abundantes señales de que Trump no era un
candidato normal y prefirieron optar por una visión benigna y apaciguadora. Es
lo que hizo el presidente mexicano pese a haberse reunido en su residencia
oficial en Los Pinos en agosto pasado con el entonces candidato Trump en una
incomprensible y desafortunada visita que no logró su aparente objetivo de
lograr que este desistiera o matizara sus propósitos.
No ha hecho falta ni una semana
tras su toma de posesión para que se confirme la voluntad de Trump de poner en
marcha de forma inmediata y en su más pasmosa literalidad el núcleo duro de sus
promesas relacionadas con lo que eufemísticamente se denomina control de la
inmigración y las fronteras y que en realidad ampara una agenda racista y
xenófoba de la cual México está siendo su primera víctima.
La construcción de un muro que
separe totalmente México de EE UU, que además pretende hacer pagar a los
mexicanos; la amenaza de instauración de aranceles punitivos a sus
exportaciones; las presiones a las empresas estadounidenses para que
desinviertan en México; o las amenazas de deportaciones de ciudadanos mexicanos
afincados en EE UU, son medidas que, juntas, constituyen una agresión en toda
regla a México.
Trump ha comenzado una
presidencia que dice querer dedicar a restaurar la grandeza de su país,
humillando repetidas veces a su vecino, más débil y más pobre, y amenazándole
con una serie de acciones que sin duda provocarán grandes dificultades a los
mexicanos.
Afortunadamente, los ciudadanos
de México no están solos en esta difícil situación. Los alcaldes de las
ciudades más importantes de EE UU, secundados por millones de estadounidenses
de bien, han manifestado su intención de no colaborar con la política de
deportaciones de Trump, incluso si ello significa ser privados de fondos
federales.
Aunque quiera, México no podrá
defenderse solo de la agresividad de un Trump cuya trayectoria vital está
marcada por el peor matonismo político y empresarial. Por eso falta una voz
alta y clara en defensa de México por parte tanto de Europa como, sobre todo,
de la comunidad iberoamericana de naciones. Porque si todos esos foros regionales
y sistema de cumbres que nos unen a México no sirven para hacer patente la
solidaridad con ese país, cabe preguntarse entonces para qué sirven.
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