Chet Baker (1929-1988)
Coincidió con la parada del
blog para reordenar la información. Me ofrecieron la ocasión de viajar unos
días a Noruega. No lo conocía. Un país referenciado por la más alta calidad de
vida, con la renta per cápita más alta del mundo junto a Luxemburgo. Un país
comprometido con los derechos humanos y
reconocido como el único país que practica el “socialismo del siglo XXI”.
Conseguí un billete con KLM
pero pasando por Amsterdam, tanto a la ida como a la vuelta. Un poquito más de
viaje.
Habíamos quedado en Stawanger,
avanzaríamos por la costa hasta Bergen y recorreríamos el interior hasta Oslo.
Preparé la maleta con ropa para
practicar el senderismo y alguna marcha sobre la nieve. En Madrid hacia un
calor agobiante y al llegar a Barajas no pude evitar que algunos se fijaran en
mi grueso calzado de montaña que llevaba puesto para evitar el sobrepeso en el
equipaje.
Aproveché para comer algo en el
aeropuerto de Amsterdam mientras que esperaba la salida para Stawanger. Allí me
recogíó Gema, una alicantina de un pueblo limítrofe con Murcia, que hablaba
empleando los “icos”. Simpática, nerviosa, organizada, enfermera por vocación y
guía por la naturaleza de profesión. Se hizo cargo del equipaje y me informó
que hasta el final del día no nos juntaríamos todos. Cada uno había gestionado
su billete como mejor pudo y la llegada se produciría a horas diferentes.
Aproveché para recorrer la
ciudad. Al lado del puerto de encontraba el casco antiguo, con casitas bajas y
calles empinadas. Había un enorme bullicio de turistas provenientes de tres enormes
barcos turísticos atracados.
Al poco de empezar a andar tuve
la certeza de estar en un país especialmente organizado. Me llamó la atención
en una ciudad pequeña, equivalente a una de provincias en España, que en poco
recorrido me encontré con dos puntos para carga de coches eléctricos. En unos
de ellos recargaba un Tesla. Decían que en Madrid había un par de ellos, aunque
nunca había visto ninguno de ellos. Me empezó a llamar la atención de la gran
cantidad de coches eléctricos e híbridos. Todas las marcas y modelos parecían
estar allí. Más tarde, en las calles de Oslo llegaría ver hasta tres Teslas
aparcados en un calle de nos más de 50 metros.
A la noche nos juntamos todos y
preparamos una excursión al día siguiente para subir al Preikestolem. Como
era una visita de mucho “turisteo”, madrugaríamos sobre las 4:30 y Gema nos
llevaría con la furgoneta dejñandonos en el aparcamiento desde donde iniciaríamos
la excursión.
Antes
de dormir pensé en España. Noruega era el ejemplo de explotación respetuosa de
hidrocarburos en sus costas. Y allí, en
España, los del Shale Gas no paraban de poner de ejemplo a Noruega de cómo las
exploraciones de fracking, bien hechas, no alterarían el turismo.
Sin
duda esas afirmaciones estaban dirigidas a ser escuchadas por la gente de los
pueblos de Castilla. Al fin y al cabo que tenía que ver una explotación
convencional marina con una técnica en tierra de naturaleza invasiva. Lo de
Noruega no era sencillo. Había dado un ejemplo al mundo de cómo organizar la
explotación de hidrocarburos sin que influyera en otras actividades económicas
del país. Así, su bienestar no prevenía sólo del petróleo. La paradoja es que, suponiendo un 25% de PIB, solo gastaban un 3-
4% para inversiones en el país y el resto lo guardan en el calcetín, en un fondo soberano que llevaba
camino de igualar el volumen de la totalidad de la deuda española.
Por
otra parte, Noruega y Suecia ya habían declarado la inviabilidad económica de
las técnicas de exploración no convencionales.
Pensé
que, tal vez en España lo primero sería comprobar cuanto tiempo aguantarían los
políticos con semejante fondo soberano sin meter la mano para alguna obra
innecesaria y sin que algo de dinero se escurriera entre los dedos.
La
vista desde el Preikestolem era impresionate. Los fiordos
noruegos tenían su fama reconocida. Hicimos bien en madrugar, a la bajada no
encontramos con una auténtica oleada de turistas provenientes de los cruceros
atracados. Me resultó paradójico el contraste de nuestra equipación con un par
de turistas asiáticas que subían con bolso y chanclas. Cosas de la
globalización.
Durante
la subida nos encontramos con pequeñas tiendas de campaña en las veredas. Gente
que hacia noche para iniciar la subida con la primera luz del día. La ausencia
de basura y restos tirados durante la excursión y la acampada libre permitida
en Noruega me venía a confirmar la exquisita educación de este pueblo.
Revisé
las raquetas. Estaba nervioso. No tenía mucha experiencia en travesías por
nieve y la llegada al glacial se estimada en 3-4 horas de marcha. Sin duda, mi
inquietud puso vibraciones negativas en las raquetas. Al poco de iniciar la
marcha, me falló la izquierda, se corría el seguro y la bota se me salió en
tres o cuatro ocasiones. Al final hice un apaño y pudimos continuar. Llevábamos
una hora y empezó a nevar. Al principio poco, pero los copos cada vez mayores
empezaron a igualar el color de las chaquetas. Paramos y decidimos que hacer.
La nieve podía dificultar la vuelta y disimular algunas grietas ahora visibles
e identificadas por el guía. Decidimos volver. Como una burla, al llegar a la
furgoneta se dejó ver un magnifico sol que casi invitaba a la manga corta.
Por
la tarde hicimos un recorrido en piragua por un pequeño fiordo que consiguió
darme un sosiego que no sentía desde hace tiempo. A ras de agua, viendo caer el
agua por enormes paredones verticales, era un espectáculo impresionante.
En
Bergen fuimos a comer al mercado. Había unas terrazas con fama de comer un
pescado estupendo. Gema nos recomendó un sitio en especial y allí conocimos a “Juan
sin miedo”. Juan es uno de esos muchos españolitos que tuvieron que hacer las
maletas en busca de mejor oportunidades. Es simpático, agradable y sin duda
tiene ojo con los clientes. Juan tiene una afición desmedida a la bicicleta y a
los espacios abiertos. Con ella ha buscado muchas veces el miedo y todavía
parece no haberlo encontrado. Juan Menéndez es asturiano, de Pravia, y el año
pasado consiguió ser la primera persona en llegar al Polo Sur en solitario con
su bicicleta. En la Wikipedia encontraréis que necesitó de 46 días y un científico
de la base antártica le fotografió después de clavar una banderita de España, la
de Asturias y abrir una botella de sidra para celebrar el acontecimiento.
Lo
contaba con alegría y con el desparpajo de los veintitantos años. Daban ganas
de haber estado allí, ayudándole a dar las últimas pedaladas y a poner las
banderas. Consiguió encenderme un patriotismo que creía apagado después de la
saturación de patrioteros de plexiglas que nos mencionan a España o sólo a parte de ella mientras engañan a sus
compatriotas y al fisco con la ayuda del país helvético.
Durante
la conversación, Juan me confesó que a pesar de llevar todo estudiado al
detalle, había calculado recorrido y comida para 41 días. Le pregunté que pensó
cuando la comida se acababa y el polo sur
no aparecía. Pues... ¡dar pedales con más fuerza!, me contestó. Genio y
figura.
Antes
de dejar Bergen, busque una chaqueta para el agua. Después de comparar en
varias tiendas me decidí por una en la que la calidad me pareció ajustada con
el precio. El vendedor, de unos veinticinco años, era de Valencia. Otro
españolito por el mundo que no disimuló la alegría de hablar con un
compatriota. Tenía un contrato de tres meses, me dijo. Para la temporada
turística, las empresas de cara al público solían contratar gente de distintas
nacionalidades para favorecer el entendimiento con los clientes. Los trabajos
más especializados exigían el nivel B de noruego y todavía lo dominaba poco, me
reconoció. Intentaría encontrar trabajo en una guardería más adelante. Los
noruegos se esmeraban en que sus hijos aprendieran varios idiomas desde
pequeños. Me despedí y le desee suerte.
Al
día siguiente, nos dirigimos a Borgund, el destino era ver a Julio, arquitecto y
de Ávila. En España corren malos tiempos para los especialistas de la
construcción. Le encontramos feliz, en lo laboral y en lo personal. En Borgund
existe un complejo turístico que incluye una Iglesia, enteramente de madera de
finales del siglo XII. Son iglesias que se erigen con la aceptación de la
religión católica en Escandinavia. Su conservación se debe a un aislamiento del
suelo con un apoyo en una base de piedra que permite aislar de la humedad y
generar pequeñas corrientes de aire para proteger el interior. Toda de madera inclusive
el tejado, era impregnada de brea, al igual que lo hacían con los barcos, para protegerla
del agua.
Curiosamente,
la madera incluyendo los postes principales eran de pino. Madera tenida como
blanda y poco fiable en Cantabria. Julio me contó el secreto de cómo hacer el
pino roble. Elegidos los arboles adecuados se le infringían cortes. El árbol sintiéndose
agredido se defendía cambiando los anillos de crecimiento por el
fortalecimiento. El árbol era sometido a este proceso durante unos diez años.
Al cortarlo la dureza de la madera no envidiaba a la de un roble.
La
iglesia contenía otro secreto, que yo buscaba y no el resto de los amigos. Lo
iba buscando y allí estaba. En la pequeña antesala de entrada entre las puertas
y las ventanas y el cerco exterior, estaba el suelo. Allí, estaba la pizarra,
las lastras que los vikingos al igual que los pasiegos habían utilizado desde
el principio de sus tiempos. Rodeando la iglesia estaba la pizarra del gas.
Al
día siguiente, hicimos una excursión a dos niveles de altitud, cada uno de
ellos comprendía un lago. El segundo nivel lo hicimos bajo la lluvia y con una
naturaleza impresionante. La ropa técnica no aguantó y mi gore tex terminó
mezclando el agua con el sudor. La bajada se hizo penosa, pero el tomar más
tarde una cerveza helada mientras que compartíamos una sauna nos hizo olvidar
las penas.
Al
día siguiente recorríamos con la furgoneta un lago, cuándo las vi. Mantenidas,
viejas, allí estaban las cabañas originales de paredes y estructura de madera y
tejado de pizarra, de lastras. Tres cabañas en solitario. Poco después hablé
con un noruego, dueño de un complejo turístico en el lago. Había reconstruido
originalmente varias cabañas, con el tejado de lastras. Eran raras de ver, ya
que con los años se habían cambiado por formatos más livianos.
Por
la tarde di un paseo y me senté a orillas del lago. La pizarra estaba por todas
partes, geológicamente parecía ser una zona rica en esquisto. Pensé en la
pizarra, en la fracturación y en la renuncia de los noruegos a la misma por su
poca viabilidad.
Mirando
el soberbio paisaje comprendí que para ver la viabilidad, los noruegos no habían mirado hacia abajo, a los
cortes geológicos, habían mirado arriba y la fracturación era inviable porque ese
gas nunca podría pagar el precio del amor. El amor de los noruegos a su tierra
es lo que hacía inviable ese gas.
Ya
volaba para España. Era el único que no tenía el vuelo directo. Acababa de
despegar de Amsterdam, donde había conversado animosamente con un grupo de
españoles.
Miraba
por la ventanilla del avión los aerogeneradores en el mar cada vez más pequeños,
por debajo de las nubes. El pasajero de delante escuchaba música y a través de
los cascos se escuchaba a Chet Baker. Pensé que la fracturación también existía
en las personas. Chet con el alma fracturada había dado tumbos por toda Europa para
caerse o tal vez saltar desde la ventana de un hotel en Amsterdam. Al igual que
la pizarra, Chet, como Parker, Billie y tantos otros parecían destinados a dar
chorros de genialidad con cada fracturación que se producía en su corazón. Algo
que nunca entenderemos los demás mortales desde la normalidad.
Chet
tuvo su placa para el recuerdo en Amsterdam. Sin embargo, las últimas paredes
que le oyeron tocar fueron las del Johnny en
Madrid., un par de meses antes de acercarse a aquella ventana. El Johnny también se fracturó. Murió hace poco
más de un año y también con una historia triste. Bajo la tutela de las una vez
existentes Cajas de Ahorros de España, murió por la codicia, por unos políticos
corruptos que cada noche se acostaban pensando que no habían tomado de lo ajeno
lo suficiente y que intentarían poner remedio al día siguiente.
Miré por la ventana, me deje
llevar por las nubes. Tal vez estuviera equivocado. Tal vez en España nunca
existieron esos políticos indeseables. Tal vez el Johnny no pudo aguantar la marcha de Chet. Tal vez se fracturó de
pena. Tal vez lo hizo para que Chet no estuviera solo, para abrazarle y
rodearle con sus paredes para que las notas de su trompeta se propagaran en la
eternidad.
Tal vez en algún sitio, entre
las nubes, hubiera un Johnny majestuoso
y brillante que con la ayuda de una entrañable balada de trompeta guiaba a
todos aquellos que elegían volver ser jóvenes y estudiantes para siempre.
Descendíamos, el piloto anunciaba
la pronta llegada a Barajas. Dos días de calor en Madrid y de nuevo en los
Valles pasiegos, en mi cabaña, bajo la pizarra del gas.
Pensé en Rajoy, en Soria y en
los del gas. Pensé que con la fracturación, éstos lo más que conseguirían
escribir es una historia de desamor.
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