miércoles, 13 de noviembre de 2013

La España fracturada



En nuestra historia siempre hubo un momento en que se produjo la fractura en campos y personas. Ahora, dicen que la fractura hidraulica es una técnica novedosa pero en España pareciéramos conocerla desde antiguo. 

En los tiempos en que España era imperial y en sus dominios no se ponía el sol, los gobernantes representados por reyes y nobles, escribanos y banqueros,  administraron con poca fortuna aquel oro que venía de las Américas. Si bien, entonces ya coincidía el vaciado de la bolsa pública con el llenado de la propia, parte de ese oro se destinaba a mantener un ejercito que luchaba en Europa y estaba representando por lo temidos Tercios Viejos de infantería.

Mucho se escribió sobre aquellos Tercios viejos, sobre su destreza en la lucha, su patriotismo y su animadversión al hereje y al moro. Pero aquellos soldados lucharon muchas veces sin paga, con harapos en vez de ropa, malnutridos y sintiéndose abandonados por nobles y gobernantes, y lucharon por un honor que, junto con sus botas y fierros, era lo único que poseían además de la fidelidad y amistad de compañeros de armas y penurias. 

En los momentos difíciles, ante una embestida que podía ser la última, ya no se gritaba a España, se exclamaba: ¡ los veteranos delante y los nuevos detrás ! En ese momento penoso, los veteranos protegían a los jóvenes, a los más inexpertos, en un intento de salvar sus vidas al precio de perder las propias.

En los tiempos actuales, ya no existen esos Tercios viejos, pero existen otros. Cuando los miras puedes ver en la vanguardia como marchan ancianos que, con la ayuda de pensiones miserables, cogen fuerte de la mano a hijos y nietos, manos asidas de padres a hijos, de padres a hermanos, de tíos a sobrinos, manos asidas entre vecinos, entre amigos. Marchan en vanguardia multitud de ciudadanos que toman de la mano a otros muchos que, por sí solos, apenan pueden ya andar. Marchan jueces fatigados por la soledad y el peso de los legajos, galenos y enfermeros que en silencio alargan voluntariamente su jornada diaria, funcionarios arrinconados porque nunca quisieron firmar un documento con el color de la indignidad. Marchan miles de ciudadanos, foráneos y emigrantes,  que nunca trabajaron tanto por tan poco, pero que al asir la mano de los suyos obtienen la fuerza necesaria para seguir marchando.

Se mantiene el paso, prietas las manos, evitando que nadie se suelte. Se camina en busca de esa luz al final de un túnel que los gobernantes dicen ver pero que ellos no vislumbran. Es entonces, cuando alguien pierde la mano del que va delante, cuando la tierra se fractura, la tierra tiembla y se abre , aparecen grietas con aguas tan negras que parecerían tragarse, además de campos y casas, hasta la luz  y las ganas de vivir.

Es la España de los héroes, también la de los villanos y los canallas.

Es nuestra España de siempre.


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