José
Manuel Soria, exministro de Industra y Energía EFE
El País
/Opinión
Por Jesús Mota
28 de mayo de 2017
Lo
que entró (mal) por la puerta como recorte desatinado de primas y subidas
fiscales de garrafón se escapa por la ventana de las indemnizaciones y daños
colaterales de la regulación eléctrica
Recordarán sin duda el alboroto
desatado en torno al déficit de tarifa eléctrica. Sin entrar en detalles, que
darían para una Summa energética digna de Tomás de Aquino, la conclusión del
invento, gestado a medias por la avidez de las eléctricas y la incapacidad de
los gobiernos para frenar tales apetencias, los españoles debían a las
compañías 23.000 millones. ¿Que se hizo de tal déficit? Pues que se convirtió
en superávit. Entre 2014 y 2016 aparece un superávit acumulado de 1.118
millones. El modo y manera puede explicarse (y lamentarse) fácilmente. Por una
parte, el gobierno del PP procedió a un recorte de las primas a las energías
renovables, una idea razonable aplicada con tal zafiedad por el ministerio de
José Manuel Soria El Panameño que ha provovcado los recursos legales de todas
las compañías, nacionales y extranjeras, afectadas por el desaguisado. Por
otra, el mismo gobierno asperjó la producción eléctrica con impuestos ridículos
cuya recaudación sólo conoce con exactitud Cristóbal Montoro.
Este cuento, a pesar del
superávit de 1.118 millones, probablemente acabará mal. Primero, porque el
micronizado de impuestos (protestado por los hooligans eléctricos a pesar de
que acaba pagándolo el cliente) está agotando sus efectos, como se advierte en
el hecho de que las proyecciones de superávit cada vez son menores. Para este
año están previstos 9 millones —en 2015 fueron 470 millones y en 2016 se
consiguieron 99—, pero la anémica evolución de la demanda eléctrica invita a
temer un nuevo déficit. La pendiente del superávit confirma que, como suele
suceder en los gobiernos del PP, la solución de los recortes y los impuestos
sea un mero parche para fardar (¡hemos resuelto el problema!) y, como dice el
dicho popular, el que venga atrás que arree.
Pero falta el volatín final,
digno de la lógica del “hombre que vendió el coche para comprar gasolina”. El
superávit de tarifa solo podía, con razón, utilizarse para reducir el déficit
de tarifa; esto es, para reducir la factura acumulada de 23.000 millones. Pero
el Gobierno, en el último presupuesto, adjuntó una disposición cantinflesca: el
superávit podía utlizarse para pagar los costes jurídicos derivados de las
sentencias y laudos a los que tiene que enfrentarse la Administración española
en el terreno de la energía.
Entiéndanse bien la gestión
política del Gobierno y sus consecuencias dignas del repertorio de chistes del
Almanaque Zaragozano. Orquesta una subida disparatada de impuestos, contraria a
las técnicas fiscales posteriores a Jovellanos y la cantidad, finalista en
principio, desaparece engullida por las necesidades superiores del déficit
general que manipula Montoro. Promueve un basto (con b) recorte de las primas a
las renovables, pero como vulnera de largo la seguridad jurídica, tendrá que
pagar más de lo que se ahorra. De forma que lo que entró (mal) por la puerta como
recorte desatinado de primas y subidas fiscales de garrafón se escapa por la
ventana de las indemnizaciones y daños colaterales de la regulación. Y luego
dirán que la derecha gestiona bien. La que nos ha tocado, por desgracia, es un
prodigio de ineptitud.
Para acceder a la noticia,
Una historia bastante divertida e irreal, cómo alguien puede vender su coche para comprar gasolina, me pareció bastante extraño sólo de pensarlo, pero me encanta este blog, siempre con lecturas graciosas.
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