Hoy se cumplen 119 años del
nacimiento de Arturo Barea ((Badajoz, 20 de septiembre de 1897 – Faringdon,
Inglaterra, 24 de diciembre de 1957).
Nacido en Extremadura y ante la muerte prematura de su padre se
trasladó con su madre y hermanos a Madrid,
habitando una humilde buhardilla en el castizo barrio de Lavapiés donde su madre
consequiría salir adelante como lavandera en el río Manzanares.
Arturo, tutelado por unos tíos
acomodados, disfrutó de estudios en las Escuela Pías de San Fernando, hasta la
muerte de su tío que conllevó el abandono de los mismos.
Hizo de aprendiz de comercio
y más tarde trabajó en banca, hasta que lo abandonó y fue incorporado a
filas y con destino en Marruecos.
En Marruecos sirvió como sargento
de ingenieros, fué testigo del desastre de Annual y enfermó en Melilla.
Describió una España decadente, un ejército colonial sin muchas colonias que
defender y dado a la corrupción. Describió Marruecos como un “matadero” en el
que se moría por defender los intereses mineros de personas influyentes del más alto
nivel en España y como el ideal de muchos oficiales africanistas era la búsqueda
de los ascensos rápidos, cuando no el enriquecimiento personal.
Licenciado de Marruecos se casó
y consiguió un trabajo bien reconocido y remunerado en una oficina de patentes.
Simpatizó con la UGT y con los socialistas, pero preservando siempre un espíritu
crítico propio.
Pareció casarse llevado de un
cierto conservadurismo y a pesar de los varios hijos del matrimonio no
pareció sentir una satisfacción personal. Tuvo una amante en la oficina de
patentes, sin que sepamos si buscaba que le llenase un vacío o simplemente que le tapara
lo que ya estaba seguro que no le llenaba.
Desde la oficina de patentes conoció
a esa parte de España que estaba cómoda sin que nada cambiase y comprendió a
lo que estaría dispuesta para alcanzar tal fin.
Se comprometió con la República y en las elecciones apoyó mítines de políticos de izquierdas en
pueblos que tenían las puertas cerradas a todos aquellos que no tuvieran el
visto bueno del cacique local y el comandante de la guardia civil.
Con el estallido de la guerra
civil buscó su utilidad y aprovechando su dominio del idioma francés y un inglés básico fue propuesto como responsable
del servicio de censura de la prensa extrajera en el edificio de la
Telefónica en la Gran Vía de Madrid.
Desde allí, vivió los bombardeos
en las calles de Madrid y los enfrentamientos entre legionarios y milicianos en
la Casa de Campo.
Allí, conoció a la periodista
austriaca Ilse Kulcsar, socialista y voluntaria que acabaría ayudándole en las tareas de traducción con los perodistas. Tras bombardeos y horas interminables de trabajo se enamoraron.
Arturo también pareció transformarse
con el hastío del dolor y la guerra y sentir la necesidad de expresar
lo que tanto tiempo venía guardando dentro. Desde los sótanos de la Telefónica
y con el seudónimo de “La voz desconocida de Madrid” empezó a narrar los
acontecimientos diarios del dolor, de las voces de la calle, consiguiendo un
gran éxito de audiencia radiofónica entre la población madrileña.
Arturo consigue el divorcio de Aurelia a la que había envíado hacia tiempo a Valencia con los hijos y se
casa con Ilda en 1938. Con la guerra ya perdida consiguen exiliarse en el Reino
Unido.
Ilsa sabedora de la necesidad de
escribir de Arturo, le anima y después de un primer libro de cuentos sobre la Guerra
Civil, Valor y Miedo, de 1938, le
ayuda con su exquisito inglés en la traducción de la trilogía de “La forja de
un Rebelde”, que gozaría de un gran
éxito en el mundo anglosajón y vería la primera edición en castellano en la
Argentina. Además de otras destacables obras literarias, Barea no perdería su
afición por la radio haciendo más de 900 alocuciones en español en la BBC, principalmente para América Latina, donde sería reconocido bajo el seudónimo de
“Juan de Castilla”.
Arturo
e Ilsa en Inglaterra
En la España franquista y con
el fin de menospreciar al personaje se le empieza a nombrar como 'Arturo Beria', asociandolo a la mano derecha de Stalin.
Tras 18 años de exilio, Arturo
Barea muere y sus cenizas son esparcidas en la finca del aristócrata Lord
Faringdon, simpatizante de la República y que había servido como voluntario en un hospital de
campaña en el frente de Aragón, durante la Guerra Civil española.
Ilsa muere en Viena en 1972 y
es enterrada con sus padres, la artista Olive Renier, amiga de los Barea de los
tiempos de la BBC erigió una lápida con la siguiente leyenda:
Yo
erigí la lápida, pero fui incapaz de encontrar palabras que expresaran mis
sentimientos por aquellas cuatro personas, cuya causa (aunque ellos decían
encontrarse entre los afortunados), era el símbolo de las enormes causas
perdidas de nuestra generación —la causa de España, la de los judíos, la de la
social democracia en Alemania, en Italia, en fin, en toda Europa.
La lápida fue restaurada en
2010 con la colaboración de Paul Preston, Javier Marías, Gabriel Jackson, William
Chislett, Elvira Lindo, Santos Juliá, Michael Eaude, Nigel Towson, Edwin
Williamson y Jeremy Treglown.
Placa
en recuerdo de Arturo Barea en la fachada del pub The Volunteer
En agosto de 2013 se instaló
una placa en el pub que frecuentaba durante sus años en Inglaterra.
Este verano el Ayuntamiento de
Madrid, presidido por Manuela Carmena, ha declarado la idea de buscar una calle
o plaza en el barrio de Lavapiés que pudiera llevar el nombre de Arturo Barea.
Celebramos la iniciativa y nos
alegra que Arturo…. vuelva a casa.
[*] Es de destacar, además de
las varias ediciones de “La forja de un Rebelde”, la excelente adaptación del
libro que hizo RTVE en 1990 bajo de la dirección de Mario Camus y que es
accesible desde RTVE, TV a la carta.
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